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La mitología griega personificó el terror ("Deimos") en uno de los
miembros de la cohorte permanente de Marte o Ares, dios de la guerra.
Junto a Marte marchaban siempre al campo de batalla su hermana Eris (la
Discordia), su esposa Enio, diosa de la guerra, y los escuderos
gemelos: Deimos y Fobos (el Terror y el Miedo). Esta referencia
mitológica no hace sino redundar sobre la tendencia a situar el
terrorismo en el marco del conflicto o de la guerra: como un medio para
defender o para atacar una estructura de poder, un modelo de
organización social, un sistema ideológico, unos intereses particulares
o grupales, etc. Noel O'Sullivan definió el terrorismo político como
aquel que aparece "cuando un grupo, tenga el poder gubernamental o esté
fuera del gobierno, resuelve alcanzar un conjunto de objetivos
ideológicos por métodos que no solo violan o ignoran las estipulaciones
del derecho nacional e internacional, sino que además espera tener
éxito principalmente mediante la amenaza o el uso de la violencia"[1}
Por su parte Charles Townshend, define el terrorismo como: "el uso
sistemático de la violencia por personas armadas para inspirar miedo a
personas desarmadas, en la creencia de que esto les dará frutos
políticos".[2]
Si bien estas definiciones dejan en claro que el terrorismo puede darse
desde el poder -como terror de coerción-, o desde fuera del poder -como
terror de agitación- , sin embargo no satisface la sola referencia al
uso de la violencia, así ésta se caracterice como sistemática o como
condicionada por factores ideológicos, para comprender cabalmente, o
sea, en sus rasgos y notas más específicas, el fenómeno del terrorismo.
La violencia, como medio inmemorial para dirimir diferencias y
conflictos de intereses, logró ser encauzada en los Estados de Derecho
dentro de las normas del "Ius in Bello" (o Derecho en la Guerra), hoy
compiladas en el Derecho Internacional Humanitario. El desbordamiento o
la violación de dichas normas ha sido considerado en muchos
instrumentos jurídicos internacionales como terrorismo. En efecto:
resbalarse por la pendiente de la no distinción entre combatientes y no
combatientes; utilizar instrumentos bélicos cuyo efecto pueda afectar
objetivos no militares; adoptar métodos de combate que vayan más allá
de la búsqueda de una ventaja militar e incursionen en los campos de
las destrucciones inútiles o de la crueldad, son comportamientos todos
que, al salirse de los cauces convencionales de la guerra, producen
sobre la fracción de la sociedad que no está en la guerra un efecto de
terror.
El terrorismo comienza entonces a perfilarse, objetivamente, en el
momento en que la acción bélica comienza a desbordar sus límites
convencionales y pierde, por lo tanto, su carácter discriminado. Dicha
característica de indiscriminación constituye ya uno de los rasgos
esenciales del terrorismo. Pero la palabra "terror" hace alusión, ante
todo, a un estado psicológico, como lo es también el "miedo". Por eso,
comprender la dimensión y las características subjetivas del terror es
tan esencial como la delimitación de sus rasgos objetivos, con los
cuales se articulan necesariamente los anteriores, como las dos caras
de una misma moneda.
El miedo o el temor se ha caracterizado como una reacción
fisio-psicológica generalizada ante lo desconocido, ante lo inesperado
o ante lo riesgoso. La reacción miedosa inseguriza a la persona y la
puede llevar, ya sea a enfrentar esa realidad tensamente, con
agresividad o con coraje, ya a huir de la misma. El terror, en cambio,
se ha considerado como un "miedo muy intenso" (Diccionario de la Real
Academia Española de la Lengua), pues está constituido por esa misma
reacción fisio-psicológica, pero ya no ante la ambigüedad de lo
desconocido o de lo inesperado, sino ante la amenaza latente de una
violencia que apunta a destruir los valores más esenciales del ser
humano: vida, integridad y libertad; amenaza ante la cual no hay
maneras seguras de protegerse, dado que la violencia no está limitada
por unas fronteras precisas. Por eso el terror paraliza a las personas;
cohíbe sus acciones; destruye o modifica profundamente estratos de su
vida: valores, comportamientos, relaciones, tejidos sociales etc.
Desde el aspecto subjetivo se comprende mejor la dimensión política o
ideológica del terror: esa capacidad de condicionar a las personas
mediante la parálisis de determinados estratos de su ser o de su
acción; de destruir, modificar o encauzar dimensiones o campos
importantes de la vida personal o social; en otros términos, esa
posibilidad de determinar, someter, manipular y subyugar a los demás,
hace del terror un instrumento político de dominación y de control
social.
Uso ideológico del "terrorismo"
Hoy en día la palabra "terrorista" tiene un uso intensivo. En Colombia
va adquiriendo una connotación muy precisa dentro del lenguaje
gubernamental, que la hace equivalente a "insurgente". Más
particularmente desde el fin de la Guerra Fría fue sustituyendo al
término "comunista", término que durante el período anterior servía
para ilegitimar y satanizar posiciones ideológicas contrarias al Statu
Quo y para legitimar todas las formas de represión contra las mismas. A
veces se utiliza dicho palabra con el prefijo "narco", no solo para
reforzar esa ilegitimación y de paso legitimar la represión contra los
que así sean calificados, sino también para que esa represión conquiste
apoyos morales y económicos de carácter internacional.
Pero tal uso ideológico del término no es un invento colombiano. Un
informe del Asistente del Secretario de Defensa de los Estados Unidos,
en marzo de 1992, revela la existencia de 7 manuales de entrenamiento
que fueron utilizados, primero en el Comando Sur (Panamá, 1987/1989), y
luego en la Escuela de Las Américas (Fort Benning, Georgia, 1989/1992),
aunque, como lo reconoce el mismo informe, su fuente era "un viejo
material que se remonta a los años 60, proveniente del Programa del
Ejército de Asesoría en Inteligencia a Extranjeros, titulado "Proyecto
X"". En agosto de 1992, cuando tal revelación produjo un escándalo
mundial, el Departamento de Defensa proscribió los manuales porque
"contienen cerca de doce pasajes con material objetable y cuestionable
y fueron elaborados sin la requerida aprobación doctrinal". Teniendo en
cuenta que en el Comando Sur y en la Escuela de las Américas se
formaron muchos millares de militares colombianos y latinoamericanos,
los materiales y contenidos teóricos que hicieron parte de su
entrenamiento constituyen una fuente excepcional para comprender los
rasgos y estrategias ideológicas implementadas hoy por el estamento
castrense.
Uno de dichos manuales se titula justamente "Terrorismo y Guerrilla
Urbana". Sería muy difícil encontrar otro tratado que en forma tan
unilateral identifique el terrorismo con todas las formas de protesta
social o de conflicto armado y que de manera tan peligrosa trace
orientaciones en consecuencia. Desde su primer capítulo, donde la
"historia" del terrorismo se identifica con la historia de las
revoluciones sociales, pasando por el capítulo del "Nuevo Terror
Internacional" (cap. IV) donde quedan etiquetados como colosos del
terrorismo mundial la Unión Soviética, la O.L.P., y otros numerosos
movimientos de liberación nacional, así como países no afectos a los
Estados Unidos como: Cuba, Nicaragua, Korea del Norte, Vietnam, Angola,
Etiopía, Libia, Siria e Irán, sin dejar por fuera a la totalidad de los
movimientos insurgentes de América Latina (Cap. V), el manual, en su
conjunto, abriga una caracterización totalmente inadecuada del
terrorismo.
Dicho Manual solo en su capítulo VI aporta algunos pocos datos sobre el
verdadero terrorismo, aunque el contexto mencionado hace que tales
notas se distorsionen profundamente. Todas las estrategias de
"inteligencia", trazadas en los últimos capítulos, a la luz de los
anteriores solo podrán llevar a tender un cerco permanente sobre los
movimientos sociales y a su destrucción violenta. Es mérito del
Profesor y lingüista estadounidense Noam Chomsky, el haber señalado,
documentado y analizado profundamente, en su obra "La Cultura del
Terrorismo", esa estrategia política que lleva a calificar de
"terroristas" justamente a las víctimas del terrorismo. Tomando pié en
el escándalo desatado en el otoño de 1986, cuando la Corte
Internacional de La Haya condenó al Gobierno de los Estados Unidos por
el minado de los puertos de Nicaragua y cuando el mismo Congreso
estadounidense avocó el caso de la impresionante red creada por el
Presidente Reagan para financiar a la "Contra" nicaragüense, haciendo
alianzas incluso con Irán para transferirle dineros a través de
complejas mediaciones, el Maestro Chomsky va develando el arraigo del
terrorismo en la cultura norteamericana, como mecanismo para someter
por el miedo intenso a quienes no se someten a sus intereses,
deslegitimándolos simultánemente como "terroristas". En una de sus
páginas conclusivas afirma: "La cultura del terrorismo que se ha
desarrollado entre nosotros es una estructura de considerable poder,
con un impresionante arsenal de dispositivos que la protegen de la
amenaza de la comprensión y con una poderosa base en las instituciones
que dominan todas las facetas de la vida social, las instituciones
políticas y económicas, la cultura intelectual y, además, gran parte de
la cultura popular".[3]
El terrorismo del "anti-terrorismo"
Lo anterior de ninguna manera quiere ocultar o encubrir las prácticas
terroristas que se dan en organizaciones insurgentes o en movimientos
de oposición al statu quo. Pero si el terrorismo es un poderoso medio
de subyugación ideológica de una sociedad, también la calificación de
"terrorista", utilizada inadecuadamente, se ha convertido en uno de los
medios de hacer terrorismo: de descalificar irracionalmente a los
movimientos sociales, de oposición política o de insurgencia frente al
statu quo, y de legitimar contra ellos formas de represión
extralimitadas, que no hacen sino restringir cada vez más los canales
democráticos y la vigencia de los derechos humanos, hasta producir
desesperos que desembocan en verdadero terrorismo. De allí la
importancia de clarificar el concepto mismo de terrorismo. El
terrorismo de agitación, practicado por grupos opuestos a las capas
dominantes o gubernamentales, va substituyendo la fuerza de la
manifestación democrática, popular o masiva -que de hecho inseguriza a
quienes usufructúan el poder vigente por la intensificación de un miedo
generalizado frente a sus actuaciones. Esto se logra con pequeños
grupos que necesariamente tienen que separarse de las masas y que van
haciendo de su poder algo simbólico, apoyado fundamentalmente en el
miedo. La publicidad, en cuanto difusora de ese miedo, se convierte en
un factor esencial.
En la lógica de este tipo de terrorismo, la víctima ya no es
necesariamente el enemigo, sino alguien que pueda producir el efecto de
miedo intenso en la sociedad y de reconocimiento forzado de su poder;
el objetivo puede ser la desestabilización general de un régimen, la
creación de un caos generalizado en un modelo de sociedad que se quiere
repudiar, o la obtención de fines puntuales, como por ejemplo: impedir
eventos, rescatar rehenes, vengar una muerte, obtener dinero, forzar
decisiones, etc.
El terrorismo de agitación ha sido calificado como una guerra efectiva
y barata, tanto por el poder de control y subyugación que genera el
miedo intenso, como por la economía de recursos, al poder ser agenciado
por grupos relativamente pequeños.
A nadie se le oculta que este tipo de terrorismo revela, la mayoría de
las veces, estados de desesperación, producidos por mecanismos de
represión que hacen inviables otras formas de protesta, otros procesos
de transformación social compatibles con la democracia. Muchísimas
veces este tipo de terrorismo, en otras palabras, es una "válvula de
escape" a la presión creada por otro terrorismo: el terrorismo de
Estado.
Rasgos esenciales
Los rasgos esenciales del terrorismo son, pues:
* Desde un punto de vista objetivo: actos de violencia indiscriminada,
es decir, que no se ciñen a las normas convencionales del "Derecho en
la Guerra", saliéndose de sus cauces y afectando por tanto a objetivos
no militares o ejerciéndose con exceso o con crueldad contra los mismos
objetivos militares.
* Desde un punto de vista subjetivo: actos, prácticas o procedimientos
que producen miedo intenso en las personas, en cuanto ven amenazados
sus valores más esenciales: vida, integridad o libertad, y en cuanto
esas amenazas no delimitan claramente áreas de seguridad o de riesgo o
se inspiran en móviles irracionales o éticamente repugnantes,
produciendo un sojuzgamiento ideológico o práctico.
Modalidades del Terrorismo de Estado
El Terrorismo de Estado se da cuando el Estado mismo se convierte en
agente de terror, ya sea porque conduce un conflicto, guerra o
conmoción interna sin ceñirse a las normas del "Derecho en la Guerra",
ya sea porque a través de sus estructuras, instituciones,
procedimientos o prácticas, coloca bajo amenaza los valores
fundamentales: vida, integridad o libertad de sus ciudadanos, creando
campos ambigüos donde la seguridad o el riesgo están sometidos a la
arbitrariedad, o señalando campos de riesgo no ambigüos pero
inspirándose en principios irracionales o anti-éticos.
Para poder visualizar mejor los mecanismos a través de los cuales se
ejerce el Terrorismo de Estado, podríamos señalar primero aquellos que
se refieren a la CONDUCCION DEL CONFLICTO y luego los que se refieren a
las ESTRUCTURAS, INSTITUCIONES O PRACTICAS SISTEMATICAS.
A) En la CONDUCCION DEL CONFLICTO el Estado ejerce el terrorismo al
violar las normas fundamentales del "Derecho en la Guerra". Las más
recurrentes de esas violaciones suelen ser:
1) La no distinción entre combatientes y no combatientes: esto lleva a
tomar como "objetivo militar" o blanco de ataque o de represión a
población civil no combatiente, sus zonas de residencia o de trabajo o
sus medios de subsistencia.
Ordinariamente se justifican estas prácticas aduciendo que los
combatientes se camuflan como población civil y con tal explicación se
justifica, de paso, toda la represión que se ejerce contra
organizaciones comunitarias, sociales, humanitarias y políticas que se
oponen al statu quo o que se posicionan como críticas frente al mismo.
Tal indiscriminación se proyecta también al campo de lo judicial/penal,
confundiendo la insurgencia armada con formas de militancia política de
oposición, o dándoles el mismo tratamiento, estableciendo por este
camino el "delito de opinión".
Otra forma de "justificar" dicha indiscriminación es el inaceptable
"principio de la responsabilidad colectiva". Según éste, las
comunidades son responsables por la presencia de la insurgencia en su
territorio, pues el solo hecho de tolerarla equivale a militar a su
lado y por lo tanto deben ser tratadas como "combatientes".
Pero cuando las mencionadas "justificaciones" se vuelven inconfesables,
se recurre al método de camuflar "post mortem" a los no combatientes
como combatientes: se visten sus cadáveres con uniformes de
combatientes y se pone junto a ellos armas u otros signos que los
"identifiquen" como tales.
2) El trato indigno o cruel al ser humano: aún suponiendo que la
represión se ejerza contra verdaderos insurgentes, el "Derecho en la
Guerra" se viola también por el exceso de fuerza contra el enemigo; por
la crueldad; por las destrucciones inútiles (no necesarias para obtener
una ventaja militar); por el desconocimiento de la dignidad humana. Las
modalidades más recurrentes son: la tortura; los tratos crueles,
inhumanos y degradantes; la desaparición forzada de personas; las
ejecuciones extrajudiciales; las agresiones sexuales o afrentas al
pudor; la negación de juicios justos, del ejercicio de los derechos
procesales y de condiciones carcelarias humanas, cuando todas estas
prácticas se legitiman como acciones o procedimientos de guerra.
Las notas esenciales -objetivas y subjetivas- del terror y del
terrorismo están presentes en estas modalidades de violaciones al
"Derecho en la Guerra". En efecto, de una parte son puestos en alto
riesgo o son afectados profundamente los valores humanos más
fundamentales: vida, integridad o libertad, amenaza que constituye el
núcleo subjetivo del terror; de otra parte, las áreas de riesgo son
ambiguas y/o arbitrarias, toda vez que dichas procedimientos se
ilegitiman en los campos del discurso directo (teórico, político o
jurídico) y se legitiman en un tejido de prácticas que alimentan o
desarrollan discursos indirectos, simbólicos o implícitos, configurando
un campo objetivo de indiscriminación. B) Pero el terrorismo de Estado
tiene también EXPRESIONES MAS ESTRUCTURALES, INSTITUCIONALES Y
SISTEMATICAS. Aunque dichas expresiones conservan una referencia al
conflicto o a la guerra interna, afectan las estructuras y las
instituciones mismas del Estado en su funcionamiento ordinario, como
por ejemplo el papel de la Fuerza Pública o de la Administración de
Justicia. En este nivel estructural o institucional, el Estado ejerce
el Terrorismo principalmente por estos medios:
1) Ideologías o doctrinas que no son aceptadas explícitamente por los
funcionarios del Estado, pero cuya adopción como guía se demuestra
principalmente en la sistematicidad de acciones y procedimientos que se
acomodan a sus postulados. Vale mencionar en primer lugar la "Ideología
de Seguridad Nacional", como cuerpo de principios para la conducción de
una guerra que se proyecta a todos los campos de la acción humana;
donde no cabe la neutralidad; donde el enemigo es interno y
omnipresente y donde los métodos para su destrucción no deben detenerse
ante obstáculos éticos o humanitarios.
Vale también mencionar aquí las estrategias de información y
comunicación que se solidifican e institucionalizan como las más
decisivas formas de control social. Dichas estrategias implican
lenguajes calculados que satanizan o exaltan determinadas posiciones
ideológicas, políticas o sociales y, por esa vía, legitiman las
modalidades de represión contra ellas. Un patente ejemplo de esto es la
misma utilización de la palabra "terrorista" para referirse a los
insurgentes, con todos los implícitos que conlleva dicho lenguaje y con
los mensajes subliminales que transmite en orden a la legitimación de
acciones o procedimientos destructivos.
Las notas esenciales del terrorismo se revelan aquí en la ambigüedad de
los lenguajes (censurados por los discursos explícitos pero avalados
por los lenguajes prácticos y simbólicos y por las estrategias
comunicativas), ambigüedad que se proyecta sobre los verdaderos campos
del riesgo que corren los valores fundamentales de vida, integridad o
libertad.
2) El Paramilitarismo, entendido como confusión e indefinición en las
fronteras entro lo civil y lo militar, ya sea por la utilización de
civiles en acciones militares, ya por el accionar de los militares sub
specie civili (bajo apariencia civil). Cuando el Paramilitarismo se
erige en política de Estado, como es el caso evidente de Colombia, ya
no solo se crean campos ambiguos de riesgo para los valores humanos
fundamentales de vida, integridad o libertad, sino que el
Paramilitarismo responde justamente a la estrategia de agredir esos
valores ocultando o encubriendo la responsabilidad del Estado y por lo
tanto facilitando al máximo el ataque indiscriminado contra la vida, la
integridad o la libertad.
Todas las discriminaciones que podrían aminorar o restringir la
ambigüedad o la arbitrariedad de las áreas de riesgo, son desconocidas
para el Paramilitarismo: su fin es utilizar todo el poder de facto del
Estado, incluidas las garantías de impunidad, para burlar toda norma,
toda ley, todo principio, en la destrucción de un enemigo cuyos
perfiles define en la oscuridad.
3) La "Justicia Sin Rostro" es otra de las formas que asume el
Terrorismo de Estado, afectando esta vez principalmente el valor de la
libertad. El crear un campo institucional donde el valor de la libertad
pueda ser agredido con tal contundencia, de modo que en cualquier
momento pueda ser asaltado desde la sombra por agresores invisibles
protegidos - y muchas veces pagados- por el Estado, y donde el agredido
se vea privado de las garantías procesales, le abre un espacio
extremadamente amplio a la arbitrariedad como amenaza permanente a este
valor y derecho humano fundamental de la libertad, eliminando numerosas
barreras protectoras con que la tradición jurídica universal había
salvaguardado de la arbitrariedad dicho valor.
4) La Impunidad, sobre todo cuando se apoya en mecanismos estructurales
e institucionales de la administración de justicia, constituye otra de
las modalidades que asume el Terrorismo de Estado.
Si quienes ponen permanentemente en alto riesgo los valores
fundamentales de vida, integridad o libertad, gozan de la garantía de
la impunidad y ésta se arraiga en mecanismos institucionales, ello
equivale a avalar desde el Estado la amenaza permanente contra esos
valores y, por lo tanto, a mantenerlos sitiados por un alto riesgo.
Mecanismos como el fuero militar; como el control político de la
Justicia; como la concentración de poderes discrecionales en un Fiscal
General que hace depender la administración de justicia de sus
opciones, ideología, intereses, solidaridades o preferencias en la
persecución de solo determinadas formas de criminalidad; como la no
adopción en la legislación interna de tipos y procedimientos penales
internacionales que miran a proteger el núcleo esencial de la dignidad
humana; como la carencia de controles o veedurías en la conducción del
conflicto interno, así como los numerosísimos mecanismos "de facto" que
protegen a los victimarios de toda investigación y sanción, mecanismos
todos que en Colombia mantienen el nivel de impunidad de los Crímenes
de Estado en tasas muy cercanas al 100%, constituyen en lo concreto ese
campo institucional y estructural de alto riesgo permanente que cerca
los valores humanos de vida, integridad o libertad. Todos estos
mecanismos que moldean la estructura o el funcionamiento de las
instituciones del Estado y que colocan o mantienen en alto riesgo los
valores humanos fundamentales de vida, integridad o libertad,
manteniéndolos encerrados en campos de alto riesgo circundados por
cercos de ambigüedad o de arbitrariedad, constituyen las expresiones
más acabadas del Terrorismo de Estado en sus dimensiones estructurales,
institucionales o sistemáticas.
Destrucción de la ecología social
Toda guerra o conflicto prolongado afecta necesariamente la ecología
social, o sea, esas relaciones fundamentales del ser humano con su
ambiente, con su contexto, necesarias para mantener un equilibrio
básico de la vida en sociedad. Sin embargo, una guerra o conflicto no
afectaría los pilares más fundamentales de esa ecología, en la medida
en que los riesgos tuvieran delimitaciones precisas: en la medida en
que la lucha armada se desarrollara exclusivamente entre combatientes
de uno u otro bando; en la medida en que los derechos civiles y
políticos de los no combatientes conservaran vigencia; en la medida en
que la justicia actuara con autonomía e imparcialidad frente a las
posiciones enfrentadas. Pero, como se ha visto, una de las notas
específicas del terrorismo es justamente borrar los límites; difuminar
las fronteras; indiscriminar el accionar bélico para proyectarlo más
allá: a las personas, objetos, lugares, actividades y posiciones no
militares, con el fin de subyugar, manipular y dominar mediante el
miedo intenso al conjunto social.
Toda forma de terrorismo -el de agitación y el de coerción- afecta de
esa manera, destructiva y profunda, la ecología social. Sin embargo,
ambas formas de terrorismo no pueden, en última instancia, ser
colocadas en pié de igualdad. En efecto, uno de los pilares de esa
ecología social es justamente la relación ciudadanos/Estado en cuanto
éste signifique la instancia garante de los valores sociales y derechos
humanos fundamentales: vida, integridad, libertad, justicia,
solidaridad y paz. Pero cuando el Estado mismo, ya sea en la manera de
conducir la guerra interna, ya sea en el moldeamiento de sus
instituciones o en la sistematicidad fáctica de su accionar, se
convierte en agente de terror, en cuanto somete a alto riesgo, en
condiciones de ambigüedad, indiscriminación y arbitrariedad, los
valores humanos y sociales fundamentales, la ecología social se
destruye en sus estratos y fundamentos más profundos, lo que no
ocurriría si el Estado permanece como puntal de lucha (no terrorista)
contra el terrorismo de agitación.
Una sociedad sin alternativa
El terrorismo, sobre todo cuando asume formas institucionales o
sistemáticas desde las instancias del poder, va moldeando una sociedad
sin alternativa, doblegada a los intereses a los cuales sirve. Este es
el verdadero fin "pedagógico" del terrorismo, que alcanza su expresión
más acabada en el Terrorismo de Estado: chantajear, mediante la amenaza
de perder la vida, la integridad o la libertad, a todo ciudadano
indiscriminadamente, para que acepte el modelo de sociedad y de Estado
que se le ofrece. Si no lo hace, sus valores más esenciales de ser
humano van a correr riesgos progresivos, no delimitados por espacios o
reglas de juego definidas o precisas.
Si el ciudadano X, por ejemplo, se opone democráticamente a las reglas
vigentes del mercado, de la producción o de la distribución de la
riqueza nacional, y no logra ser neutralizado por las estrategias
comunicativas o del marketing "informativo", será neutralizado por la
"justicia", sin necesidad ya siquiera de que se pruebe su "afinidad
ideológica" con la insurgencia, pues los testigos sin rostro tendrán
todas las garantías para acusarlo de "terrorismo", aduciendo que en una
reunión en la cual participó, había "un líder terrorista", hecho que
quedará "probado" con su solos "testimonios". Pero si tal "justicia" no
actúa o no es exitosa, los paramilitares pueden dar cuenta de su vida
en cualquier momento, mientras los personeros del Estado anunciarán una
"investigación exhaustiva" para sancionar a esos "delincuentes" o
grupos "fuera de la ley" que lo desaparecieron o asesinaron,
investigación que será inexorablemente "archivada" por "falta de
pruebas".
El instinto de conservación es el instinto más fuerte en los seres
vivos. Por conservar la vida, el animal y el hombre pagan los más altos
precios. Le siguen en precio los valores de la integridad y de la
libertad. Por eso cuando el agresor logra cercar con un riesgo efectivo
esos valores, consigue fácilmente sus objetivos: comprar las posiciones
ideológicas, políticas o pragmáticas de los amenazados. Y esto no se
hace necesariamente mediante procesos conscientes. El refinamiento del
Terrorismo de Estado consiste precisamente en utilizar la "pedagogía"
de los procesos subconscientes o "supraconscientes" (en el sentido del
"super-ego" freudiano).
En las sociedades sometidas a excesivos desbordamientos de Terrorismo
de Estado (como por ejemplo en la Argentina dictatorial o en el Chile
de Pinochet) se puede leer muy claramente "entre líneas", como
motivación profunda de innumerables opciones, el "voto" implícito o
inconsciente de: jamás recorrer los caminos ideológicos que recorrieron
los desaparecidos, los ejecutados o los torturados. El Terrorismo de
Estado logra incluso que los precios se le paguen "clandestinamente".
Tomar conciencia de las formas que asume el Terrorismo de Estado, de
sus efectos psíquicos, sociales y políticos, tiene que ser el comienzo
de un movimiento para salvar al hombre y a la sociedad de niveles muy
profundos y efectivos de destrucción.
Javier Giraldo M., S. J.
Marzo de 1997
Notas:
[1] O'Sullivan, Noel, "Terrorismo, Ideología y Revolución", Alianza Editorial, Madrid, 1987, pag.
21.
[2] Townshend, Charles, "El Proceso del terror en la política irlandesa", en la obra de O'Sullivan,
Noel, o.c. pg. 115.
[3] Chomsky, Noam, "La Cultura del Terrorismo", Ediciones B, S.A., Barcelona, 1989, pg. 318.