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Día 27 de agosto de 2002
Segunda Sesión
(de 15:00 a 18:30 horas)
Caso No. 9:
Nombre de la víctima: Caso de la Familia Aguilar Ventura
Violación alegada: Tortura, violencia sexual y asesinato. Año: 1987
Presunto Perpetrador: Integrantes del PCP-SL y efectivos del ejército
Nombre de Testimoniante: Concepción Ventura Rojas, Antonia Y Victoria Ramos.
Institución que respalda: Sede Regional de la CVR
Resumen del Testimonio:
Los pobladores de la Comunidad Campesina de Siusay fueron víctimas de diversas incursiones por parte de los integrantes del PCP-SL, durante sus incursiones fueron asesinadas tres de sus autoridades. Posteriormente, efectivos del ejército ingresaron a la comunidad acusando a sus miembros de pertenecer y apoyar al PCP-SL. Los Comuneros y Comuneras fueron víctimas de maltratos y las mujeres además fueron violadas. La familia Aguilar se vio obligada a abandonar la comunidad sufriendo penurias económicas.
Testimonio de la señora Concepción Ventura Rojas, la señora Antonia Condori Huamaní y la señora Victoria Romero Hurtado.
Sofía Macher: Llamamos a la señora Concepción Ventura Rojas, la señora Antonia Condori Huamaní y a la señora Víctoria Romero Hurtado. Ellas nos van a presentar al caso de la familia Aguilar Ventura. Nos ponemos de pie.
Señora Victoria Romero Hurtado, señora Antonia Condori Huamaní, señora Concepción Ventura Rojas, formulan ustedes promesa solemne de que su declaración la hacen con honestidad y buena fe y que por lo tanto expresarán sólo la verdad en relación a los hechos que nos van a relatar.
Sí.
¿Sí?
Gastón Garatea: Señoras Concepción, Antonia y Victoria, les agradecemos que vengan aquí a contarnos lo que ustedes han sufrido. No sólo porque nos enteremos sino para que el país entero tome conciencia de estos hechos tan duros que sufrieron las comunidades. Sabemos que ustedes han sufrido mucho, han sido víctimas de muchos agentes y eso es un drama que los peruanos tenemos que saber manejar y saber remediar. Porque han sido víctimas inocentes de una guerra en la cual ustedes no tuvieron nunca, nadie les preguntó nada. Sino simplemente las dañaron. Les pedimos pues comenzar con su testimonio.
Victoria Romero: (traducción) Señores Comisión de la Verdad, muy buenas tardes. Soy de la comunidad Siursay, distrito Lambrama, provincia Abancay. Mi esposo era, era un buen hombre, vivíamos tranquilos sin ningún problema en esos tiempos de mil novecientos ochentisiete. Vivíamos en paz. No conocíamos problemas. Allí el ventiseis de noviembre, entraron los terroristas, muy temprano y nos han reunido a todo el pueblo sin que falte uno, varones, mujeres, niños y niñas. En la pampa, frente a la iglesia y preguntaron ¿quiénes son las autoridades?, que vengan aquí. Y escogieron a las autoridades. Entonces, una vez que escogieron a las autoridades, ¿dónde esta el tampón?, ¿dónde están el libro de actas, el sello? Pidieron esas cosas a las autoridades.
Mi esposo José Rojas Chipana, de edad trentidos. Otro era agente Isidro Aguilar Aroni. El era agente. Y otro Matibido Aguilar Aroni, así dice. Así que a los tres los reunió y les dijo, -desde ahora no hay ninguna autoridad, ustedes no ejercen ninguna autoridad, ya todo esta dominando los compañeros por Abancay, ya no existe ya ni Lima, ni Abancay para la justicia, vuestro padre, entre comillas guardias, tampoco ya existen-. Entonces, las autoridades abandonaron todos los documentos, todos los enseres de su autoridad, los sellos lo golpearon con piedra. Con cuchillo lo tajaron el tampón.
Era ventiseis de noviembre y luego de eso llegaron los policías, los guardias. A unos no conocíamos a los soldados. Y llegando ellos, preguntaron ¿dónde están las autoridades?, ajá ustedes habían apoyado a los, a los terroristas y entonces, ellos nos han castigado fuertemente. Querían matarnos a todos, diciendo que éramos terroristas, así que todos nos asustamos porque ya ahora si moriremos todos. Cuidado nomás que ustedes vayan a Abancay. Así nos amenazaron, no podían movernos. Porque nos dijeron que ya no existía Abancay.
Entonces, luego de eso volvieron los terroristas el ventidos de diciembre, de noche. A las ocho de la noche. Al poco tiempo de que había muerto mi esposo. Entraron ellos cuando estabamos durmiendo, tocaron la puerta. Estabamos semi desnudos, con ropa de dormir, todos los niños también medio desnudos. Y salió mi esposo. Lo hicieron regresar golpeándole con el arma, a golpes. Y entonces, dentro de la casa ya, denme jebe, denme honda, denme soga, cuerda. Y yo contesté, no tengo nada señor.
Ellos mismos cogieron una soga y amarraron a mi marido con las manos atrás. Tenía un niño de cinco meses, con este niño en brazos. Entonces, amarrado a mi marido lo sacaron. En la pampa de la escuela, a mí me cerraron en mi casa. Yo quería salir. Después de tanto esfuerzo pude salir de la casa para ir a ver ¿qué pasaba con mi esposo? Una vez que salgo, con una tremenda fogata, junto a ella estaban matando a mi esposo. Mi primer hijo Yoli Rojas, otro Percy Rojas, otro hijo José Rojas, la cuarta Carmen Rojas Romero, son cuatro hijos que tengo.
Así con mis cuatro hijos tape a mi marido y a mis hijos, junto con ellos golpearon con piedra en el pulmón. Hasta ahora esta malogrado el pulmón mi hijo. Y así tapando más o menos mi marido, se escapó, se apoyó a la pared, levantando las manos. Así que disparó con el arma, así que yo me perdí ahí. Yo me desmayé así que no me acuerdo mucho. Esa noche mataron a mi esposo. A mi hija la estaba llevando, a Percy Rojas, a mi hijo. Por eso mi hijo, tenía miedo de ir donde ellos, porque me matarán como mi padre. Ahora tiene ese chico ventidos años, llevando a ese chico, yo me escapé.
Y tras mío habían vaciado a toda mi casa, sin haber dejado nada. Yo soy huérfana. No he conocido a mi padre. Hasta quería comer tierra porque no encontraba nada para mi sustento. No sabía cuando era lluvia, cuando era sol, cuando era noche, de día. Estaba desesperada. Así que después habían ido a matar a los esposos de acá, de mis compañeras. Y esa noche, hemos reunido a los muertos y nos hemos ido a una cueva para pernoctar esa noche. Y le hijo dijo, que vamos adonde mi padre. Seguramente, que se va a levantar mi padre.
Otros me decían, no vayas vas a, te van a matar, no vayas. Me atajaban. Así que subíamos a los árboles. Nos ocultábamos en las cuevas, en los agujeros de las rocas. Los niños no comprendían, dentro de la iglesia estaban amontonadas las almas, es decir los cadáveres.
Caminábamos, no había adonde quejarse. Allí nos quedamos sin poder acudir a nadie. Y luego, nosotros hemos ido a enterrar a nuestros seres queridos. A pesar de las amenazas que nos habían dado de que nos matarían a los que enterrabamos a los muertos. Por eso hemos sufrido tanto, demasiado hasta ahora. Son tantos años ya que no tengo idea. Mi esposo valía tanto como los cerros, ha sido presidente de la comunidad. El presidente de Lima, no nos visita, no nos, no se acuerda de nosotros. Hasta ahora no se sabe. No hemos hecho partida de defunción de mi marido. Mis hijos están de hambre, tienen enfermedades, sufriendo estoy educando a mis hijos.
Por eso ahora, después de tanto tiempo, nos dan opción a hablar. Pues yo quisiera nos dejen pues desde ahora. Esos, mis hijos han estudiado hasta quinto, ¿en qué van a trabajar?, están sin trabajo. Inclusive se van a mujeres, varones, o hasta la borrachera. Por favor, ustedes señores de la Comisión de la Verdad, suplico a ustedes por la salud, por la educación, por el trabajo, dentro de esta ciudad. Quisiéramos donde vivir, una vivienda, un amparo. Que el presidente se acuerde de nosotros. Nosotros, dice que hasta la piedra vale, un cerco, un árbol vale y nosotros valemos más que un árbol, más que una piedra. Somos personas, ¿por qué sufrimos hasta hora? Lloro, mujer pobre. Para mi no se acaban días, ni noches de sufrimiento. Me he olvidado algunas cosas por la emoción.
Concepción Ventura: (traducción) Vengo de Siusay señores, Concepción Ventura Rojas. Mi esposo Isidro Aguilar Aroni, en la comunidad de Siusay, vengo de allí, del distrito de Lambrama, provincia de Abancay. Mi esposo ha sido buscado de noche y le dijeron estamos entre hombres, vamos hacer asamblea, yo y tú. Los otros están esperando en la plaza. Allí vamos a conversar entre hombres, levántate. Y sin que él estuviese muy bien despierto, todavía lo apuró tanto, lo sacó. Nos levantaremos todos, iremos, también. Usted señores no va. Quédese compañera, quédese usted, quédate tú.
Yo no conocía este tipo de personas, como siempre es autoridad, mi esposo pensaba que era para o alguna otra diligencia. Agente municipal él, entonces lo mataron en la plaza. Poniéndolo la cabeza cerca de la puerta de la iglesia, poniéndole de cabecera a una de las gradas de la iglesia.
¿Qué ha pasado con mi esposo?, hasta ahora no viene o le han hecho tomar. Y ya por la mañana, muy de madrugada, no sabía ni adónde ir, no me encontraba con nadie. Entonces, en la plaza cerca de la puerta de la iglesia encuentro, lo encuentro sin poncho, sin correa, echado de costado, casi en posición de durmiendo, de durmiente. Le habían amarconado, le habían golpeado. Por el cuerpo le habían echado rajas de cuchillo por las piernas ¿Por qué este hombre está durmiendo?, pensaba yo.
Ni había estado ni mareado, ni borracho sino estaba muerto. Le habían puesto un papel en la espalda, así mueren los soplones, cuidado que alguien lo levante, cuidado que alguien lo ayude o lo, o lo vaya a enterrar. Igualmente lo vamos a matar, vamos a sacarle su diablo. Sus hijos, su mujer, nadie debe tocarlo. Hasta las raíces de eucalipto, nosotros tumbamos a todos. Igualmente tumbaremos a cualquiera que se meta con nosotros. Entonces, nosotros caminabamos sufriendo y llorando. De puro miedo, de tristeza, llorando. Acaso si no morimos ahora, no moriremos mañana. De todos modos habrá que enfrentarnos.
Ya Dios, había puesto un par de familiares que se compadecieron de nosotros, regresaron a averiguar hacia la iglesia y reunimos allí, goteando sangre a los muertos, sin nadie nosotros, no había quién avisar. Ni autoridad, ni nadie. Así asustados, asustadas, con todos nuestros hijos ¿qué hacemos?, ¿adónde vamos escapar?, ¿qué hacemos?, ¿qué va a ser de nuestra vida?
Eramos tres mujeres solitarias en el mundo. No encontramos a nadie que nos diga siquiera una palabra de aliento. Nosotros casi, resignados, resignadas a morir. De todos modos hemos llegado a enterrar a nuestros maridos. En mí eran seis hijos, el mayor de diez años, el resto seguidos de edad. Esos hijos, con esos hijos nos ha dejado mi esposo. Hemos agarrado valor para poder atender a nuestros hijos, hemos puesto la escuela, le hemos dado la comida, lo que hemos podido. Han ido creciendo. Así como nuestro padre moriremos acá, no queremos estar acá.
Y no podíamos poner adónde a nuestros hijos, ni como hacer seguir sus estudios, sin dinero, en pobreza. Mis hijos se han dispersado hacia otros pueblos. Yo quisiera que esos mis hijos vuelvan. Y sea un apoyo también para nosotros que estamos solas, en esta provincia de Abancay. Que el gobierno nos apoye en cuanto a nuestros hijos, una vez más estaríamos juntos siquiera los que quedamos. Queremos reencontrarnos otra vez, ¿cómo estarán sufriendo mis hijos en otros sitios, en otros pueblos, sin que nadie los reclame, sin que nadie sepa de ellos, sin que nadie pueda darles un vaso de agua?
Por eso yo llorando por mis hijos, ando, camino, sufro, no me escuchan. Autoridades, gobierno, quisiéramos, quisiera que nos, quisiera ser escuchada. Soy ignorante, no sé mucho del idioma, lo que sufro tanto es por mis hijos, porque es terrible perder a ellos o que estén lejos. No hay quién nos oriente, estamos tan solos, tan abandonados. Cuando venimos a Abancay, sin trabajo nosotros, a lo mucho podemos buscar un cuarto alquilado, uno se termina de estudiar, otros no pueden, no podemos. Y aunque terminen de estudiar, se ven en la calle, sin trabajo. Y a la fuerza vemos donde dormir, donde vamos a comer. Ese es nuestro mayor reclamo. Porque es el tema más doloroso. Necesitamos apoyo. Al menos un lote quisiéramos en esta provincia para poder construir un domicilio para nuestros hijos. Tenemos esa esperanza en ustedes. Quisiéramos justicia. Disculpen ustedes, esperamos que ustedes nos defiendan. Tenemos confianza en ustedes, no creo que nos dejen en esta situación tan terrible de orfandad, de abandono.
Soy madre soltera, de dónde vamos a ganar, así que hagamos negocio no, nos resulta. Nuestras ventas se quedan y estamos sin nada. Si vendemos alguito comemos y si no, nada. A veces en el negocio se pudren algunos productos, no siempre se vende. Algunos nos compran, otros no nos compran, ¿con qué vamos a mantenernos?
Pero seguimos buscando trabajo. Reitero la petición al presidente, al gobierno a fin de recibir apoyo. Al menos un lote, alimentación para los hijos es todo lo que puedo hablar, muchas gracias.
Antonia Condori: Buenos días, Comisión de la Verdad. Yo vengo Antonia Condori Huamaní, de Siyusay, distrito de Lambrama y provincia de Abancay. Soy Antonia Huamaní, mi esposo Nativido Aguilar Chumbes, por eso he venido. No conozco lugares, pero aquella vez vinieron a las nueve de la noche los terroristas lo sacaron a las nueve de la noche, entrando a mi casa con linertas entre cuatro. Entonces, estos terroristas, entrando a la casa estábamos durmiendo con nuestros hijos, a uno de ellos le pusieron chaveta. Tenían una especia de bayoneta y los amenazaron ¿te levantas o no?, no quiso mi marido, ¿te levantas o no?, mis hijos volaron de cama. Entonces, los alcanzaron hacia la puerta a los niños.
A los niños los hicieron parar y casi los abalearon. Por favor no hagan eso. Lo que usted ordene hará mi marido. Hará mi marido, por favor no hagan eso. Ya váyase a dormir a su hijo. Así que a empujones nos llevaron hacia adentro. De todos modos a mi marido se lo llevaron una vez levantado de entre cuatro. Dos se quedaron conmigo a cuidarme. Sí es que tú vas y sigues, te matamos. A estos pequeños igualmente los matamos. Así que nosotros llorando nos quedamos y mi marido ya no volvió más.
Llorando y sufriendo pensaba que iba a volver, los niños lloraban también, yo con la esperanza que volverían, los consolaba así. Los otros hijos estaban durmiendo adentro ellos no se dieron cuenta. Así que después supimos, diecisiete cuchilladas en el cuello, hacia el cuello. No había podido morir rápido, así que con piedras lo chancaron, los sesos salieron fuera, entre el maizal. Pero antes de eso buscamos, no sabíamos donde estaba. O lo han encerrado en la iglesia, en algún otro sitio lo han amarrado, ¿dónde estará?
A mis hijos les dije -no está vuestro padre, vamos a buscarlo, vayan haciendo cancha ustedes en el fogón-. Entonces, he vuelto, tenía un perro negro y ese perro salió de entre el maizal , ese perro nos hizo encontrar porque había lamido la sangre del muerto. Habían mancuernado con una honda, honda de color rojo. Pero le había hecho tiras la cabeza. Volví más tarde llorando. No hablo todo, falta todavía cosas. Llorando ocho hijos en total, cargando a uno, abrazando a otro, no podía soportar el dolor. No tenía ni idea si era de noche o de día, junto con mis hijos no había ni ganas de comer durante varios días. A caminar llorando. Hemos hecho comida cerca del río, cerca de las rocas, caminando con nuestros hijos.
Tampoco teníamos casa en Abancay. Mi hermano que también los tenía a uno de mis hijos los había botado a mi hijos, -adónde sea pues vayan ustedes. Ustedes gastan mi agua, mi luz, no tengo para mantener a ustedes. Vuestro padre pues habrá dejado algún terreno, vayan por ahí-. Así que los chicos andaban por las calles como mendigos, como perros abandonados. Mis hijitas mujeres de puro miedo también no podían seguir adelante porque se sentían muy solas ahora que no estaba su padre, yo que no soy varón, ¿dónde podría ir como jornal, incluso yo?, no podía. Así que lo que hacía era llorar. No había noche ni día de tranquilidad, era llorar mi vida.
Ya pensabamos que venían pronto los terroristas, ya no podíamos estar en la casa de miedo. Pensando a cada rato que llegarían en cualquier momento. Como estas tres mujeres, no se compadecen, no tenemos ningún terreno, hemos estado casi siempre juntas en nuestro dolor, en nuestro sufrimiento. Quisiéramos por lo menos un lote de terreno, dónde construir para nosotras. La desesperación, el dolor, el abandono, el hambre, no puedo comprar a veces ni un solo kilo de azúcar siquiera para tomar un agua hervida. Es terrible nuestra vida.
Sufrimos mucho, dos días el año pasado tuve que lavar ropa donde una señora para comprarme algo de azúcar. Como soy ignorante, analfabeta. Cuidado que vayas india, nos decían aquella vez, cuidado que vayan a quejarse a vuestros maridos los policías, cuidado nomás. Te vamos a matar. Así que no podíamos ir tampoco a quejarnos. Nos quedábamos ahí en silencio. Con la única, el único consuelo triste, llorar, sufrir. Solamente yo tenía ocho hijos. Como no soy varón no puedo trabajar. Cuántas veces hemos estado sin comer. A veces hemos tomado agua hervida. Por un apego tan fuerte a la vida, ellos quieren tener un lugar donde vivir, reiteran como casi todos un lote de terreno, donde vivir. Por favor queremos un lote. Eso es todo dice. Muchas gracias.
Gastón Garatea: Muchas gracias por su testimonio, muchas gracias por hacernos tomar conciencia de lo que ha significado esta violencia ¿no?, esta violencia que deja hogares, desechos, que deja niños sin futuro a veces, con mucho dolor pero que tiene una cosa tan bonita y tan interesante. Tres mujeres valientes que se juntan, que caminan juntas y que luchan unidas por su familia, por los suyos. Creo que Dios les sabrá dar fuerzas para caminar, para seguir luchando. Creo que le Perú entero se ha enterado de esto, de la destrucción sistemática de familias, del dejar a la gente sin rumbo, sin casa, sin terreno ¿no?, sin trabajo. Creo que se exige pues una reparación y como ustedes bien lo dicen a propósito del terreno, se exige que se les de estas posibilidades de una vida digna y eso es lo que haremos y lo lucharemos por ustedes, nosotros los miembros de la Comisión de la Verdad. Muchas gracias pues por su testimonio.
Fuente: Comisión de la Verdad y reconciliacion. http://www.cverdad.org.pe