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LA REVOLUCION DE LA CIENCIA DE EUGENIO DÜHRING
("ANTI-DÜHRING")

F. Engels


SECCIÓN PRIMERA: FILOSOFÍA

XII. DIALÉCTICA. CANTIDAD Y CUALIDAD


Esto es prácticamente todo lo que se dice sobre dialéctica en el Curso de filosofía. En la Historia crítica, por el contrario, la dialéctica de la contradicción, y Hegel señaladamente con ella, reciben un tratamiento muy diverso.

El contenido mental de los dos pasos citados puede resumirse en la proposición que contradicción = contrasentido y, por tanto, no puede presentarse en el mundo real. Esta proposición puede tener para gente de entendimiento normalmente sano la misma validez evidente que pueda tener la proposición de que lo recto no puede ser curvo ni lo curvo recto. Pero el cálculo diferencial, a pesar de todas las protestas del sano entendimiento, pone en ciertas circunstancias la igualdad de lo recto y lo curvo, y consigue con ello éxitos que no consigue jamás el sano entendimiento aferrado a lo absurdo de la identidad de lo recto y lo curvo. Y ante el importante papel que la llamada dialéctica de la contradicción ha desempeñado en la filosofía desde los más antiguos griegos hasta hoy, incluso un enemigo que fuera más sólido que el señor Dühring debería verse obligado a enfrentarle otros argumentos, y no una afirmación y muchos insultos.

Mientras contemplamos las cosas como en reposo y sin vida, cada una para sí, junto a las otras y tras las otras, no tropezamos, ciertamente, con ninguna contradicción en ellas. Encontramos ciertas propiedades en parte comunes, en parte diversas y hasta contradictorias, pero en este caso repartidas entre cosas distintas, y sin contener por tanto ninguna contradicción. En la medida en que se extiende este campo de consideración, nos basta, consiguientemente, con el común modo metafísico de pensar. Pero todo cambia completamente en cuanto consideramos las cosas en su movimiento, su transformación, su vida, y en sus recíprocas interacciones. Entonces tropezamos inmediatamente con contradicciones. El mismo movimiento es una contradicción; ya el simple movimiento mecánico local no puede realizarse sino porque un cuerpo, en uno y el mismo momento del tiempo, se encuentra en un lugar y en otro, está y no está en un mismo lugar. Y la continua posición y simultánea solución de esta contradicción es precisamente el movimiento.

Aquí tenemos, pues, una contradicción "que se encuentra objetivamente en las cosas y los hechos mismos, y puede hallarse en ellos, por así decirlo, en carne y hueso". ¿Qué dice a esto el señor Dühring? Afirma que no hay hasta ahora "en la mecánica racional ningún puente entre lo estrictamente estático y lo dinámico".

El lector puede apreciar finalmente qué es lo que hay tras esa frase favorita del señor Dühring; esto, simplemente: que el entendimiento que piensa metafísicamente no puede en absoluto pasar del pensamiento del reposo al del movimiento, porque le cierra el camino la citada contradicción. Como contradicción, el movimiento es para él completamente inconcebible. Y al afirmar la inconceptuabilidad del movimiento, reconoce sin quererlo la existencia de esa contradicción, concede, pues, que hay una contradicción objetivamente presente en las cosas y en los hechos mismos, la cual es además un poder real.

Si ya el simple movimiento mecánico local contiene en sí una contradicción, aún más puede ello afirmarse de las formas superiores del movimiento de la materia, y muy especialmente de la vida orgánica y su evolución. Hemos visto antes que la vida consiste precisamente ante todo en que un ser es en cada momento el mismo y otro diverso. La vida, por tanto, es también una contradicción presente en las cosas y los hechos mismos, una contradicción que se pone y resuelve constantemente; y en cuanto cesa la contradicción, cesa también la vida y se produce la muerte. También vimos que tampoco en el terreno del pensamiento podemos evitar las contradicciones, y que, por ejemplo, la contradicción entre la capacidad de conocimiento humana, internamente ilimitada, y su existencia real en hombres externamente limitados y de conocimiento limitado, se resuelve en la sucesión, infinita prácticamente al menos para nosotros, de las generaciones, en el progreso indefinido.

Hemos indicado ya que la matemática superior tiene como uno de sus fundamentos la contradicción de que lo recto y lo curvo tienen que ser en determinadas circunstancias lo mismo. También construye la contradicción de que líneas que se cortan ante nuestros ojos tienen que valer, cinco o seis centímetros más allá, como paralelas, esto es, como líneas que no pueden cortarse al prolongarlas en el infinito. Y sin embargo, con estas y otras contradicciones aún más violentas, la matemática superior produce resultados no sólo correctos, sino, además, inalcanzables por la matemática elemental.

Pero incluso en esta última hormiguean las contradicciones. Es, por ejemplo, una contradicción que una raíz de A deba ser una potencia de A, y, sin embargo, A1/2 =. Es una contradicción que una magnitud negativa tenga que ser el cuadrado de algo, pues toda magnitud negativa, multiplicada por sí misma, da un cuadrado positivo. La raíz cuadrada de menos uno es, por tanto, no sólo una contradicción, sino un verdadero contrasentido. Y, sin embargo, es un resultado en muchos casos necesario de correctas operaciones matemáticas; aún más: ¿qué sería de la matemática, elemental o superior, si se le prohibiera operar con ?

La matemática penetra en el terreno dialéctico con el tratamiento de las magnitudes variables, y es característico que haya sido un filósofo dialéctico, Descartes, el que ha introducido en ella este progreso. El pensamiento dialéctico es al pensamiento metafísico lo que la matemática de las magnitudes variables a la matemática de las magnitudes invariables. Lo cual no impide que la gran mayoría de los matemáticos no reconozca la dialéctica más que en el terreno matemático, ni que muchos de ellos sigan operando con los métodos conseguidos por la vía dialéctica al viejo modo limitado y metafísico.

Sólo nos sería posible considerar más de cerca el antagonismo de fuerzas del señor Dühring y su esquematismo universal antagónico si nos hubiera dicho sobre este tema algo más que esa mera fraseología. Luego de producirlo el señor Dühring, este antagonismo no se nos presenta ni una vez en acción en el esquematismo universal ni en la filosofía de la naturaleza, lo cual constituye la mejor confesión de que el señor Dühring no es capaz de conseguir absolutamente nada positivo con esa "forma básica de todas las acciones en la existencia del mundo y su esencia". Una vez rebajada la hegeliana "doctrina de la esencia" a las trivialidades de unas fuerzas que se mueven en sentidos contrapuestos, pero no en contradicciones, lo mejor es desde luego evitar toda aplicación de ese lugar común.

El Capital de Marx ofrece al señor Dühring el segundo punto de apoyo para dar salida a su cólera antidialéctica:

Esta penetración en el conocido prejuicio filosófico capacita al señor Dühring para predecir con seguridad lo que será el "final" del filosofar económico de Marx, es decir, el contenido de los volúmenes siguientes de "El Capital", y ello siete líneas justas después de haber declarado que

Pero ésta no es la primera vez que escritos del señor Dühring se nos ofrecen como "cosas" en las que "la contradicción está objetivamente presente y puede hallarse, por así decirlo, en carne y hueso". Lo cual no le impide continuar victoriosamente:

No nos interesa en este momento la corrección o falsedad de los resultados económicos de la investigación marxiana, sino sólo el método dialéctico aplicado por Marx. Pero una cosa es segura: la mayoría de los lectores de El Capital van a saber finalmente ahora por el señor Dühring lo que realmente leyeron. Y en esa mayoría va incluido el señor Dühring, que en el año 1867 (Ergänzungsblätter, III, cuaderno 3) aún era capaz de dar una versión del contenido del libro relativamente racional para un pensador de su calibre, sin necesidad de traducir primero el desarrollo de Marx al lenguaje dühringiano, cosa que ahora nos declara inevitable. Cuando en aquella otra ocasión tuvo la desfachatez de identificar la dialéctica de Marx con la de Hegel, no había perdido, sin embargo, aún completamente la capacidad de distinguir entre el método y los resultados con él alcanzados, ni de comprender que los últimos no quedan particularmente refutados con sólo condenar en general el primero.

La comunicación más sorprendente que nos hace el señor Dühring es, en todo caso, que para el punto de vista de Marx "todo es al final uno y lo mismo", o sea, por ejemplo, que para Marx capitalistas y asalariados, modos de producción feudal, capitalista y socialista "son todo uno", y, al final, incluso Marx y el señor Dühring son "uno y lo mismo". Para explicar la posibilidad de una tal necedad no queda más supuesto que la hipótesis de que la mera palabra "dialéctica" pone al señor Dühring en un estado de irresponsabilidad en el que, en razón de cierta "falsa y confusa idea", todo lo que dice y hace es finalmente "uno y lo mismo".

Hay aquí una buena muestra de lo que el señor Dühring llama

El dibujo histórico de gran estilo y el sumario pase de cuentas con el género y el tipo es, en efecto, muy cómodo para el señor Dühring, pues con ello puede descuidar por micrológicos todos los hechos concretos, identificarlos con cero, limitarse a frases generales en vez de proceder a demostrar, y contentarse con afirmar y condenar simplemente. El método tiene además la ventaja de no ofrecer al contrincante ningún efectivo punto de apoyo, de modo que casi no le queda más posibilidad de respuesta que afirmar también en gran estilo y sumariamente, producirse en frases generales y condenar a su vez al señor Dühring, es decir, pagar con la misma moneda, lo cual no es del gusto de todo el mundo. Por eso tenemos que agradecer al señor Dühring el que de vez en cuando abandone excepcionalmente el estilo alto y noble para darnos por lo menos dos ejemplos de la recusable doctrina marxiana del logos:

La cosa se presenta efectivamente muy rara en esa exposición "depurada" por el señor Dühring. En la página 313 (de la segunda edición de El Capital) Marx infiere de su precedente investigación sobre el capital constante y variable y sobre la plusvalía la consecuencia de que "no toda suma cualquiera de dinero o valor es transformable en capital, sino que para esa transformación hay que presuponer la existencia de un determinado mínimo de dinero o valor de cambio en las manos del propietario particular de dinero o mercancías". Marx pone entonces como ejemplo que en alguna rama del trabajo el trabajador trabaje ocho horas al día para sí mismo, es decir, para la producción del valor de su salario, y las cuatro horas siguientes para el capitalista, para la producción de plusvalía que va, por de pronto, al bolsillo de éste. En este caso alguien tiene que disponer de una suma de valor que le permita suministrar a dos obreros materia prima, medios de trabajo y salario, para obtener diariamente la plusvalía necesaria para vivir como uno de sus trabajadores. Y como la producción capitalista no tiene como objeto la mera manutención, sino el aumento de la riqueza, nuestro hombre con sus dos obreros no sería aún un capitalista. Sólo para vivir dos veces mejor que un trabajador corriente y para retransformar en capital la mitad de la plusvalía producida tendría ya que poder ocupar a ocho trabajadores, o sea poseer el cuádruplo de la suma de valor antes supuesta. Y sólo después de esto, y en el curso de otras indicaciones más, destinadas a aclarar y fundar el hecho de que no toda pequeña suma de valor puede transformarse en capital, sino que para cada período del desarrollo y para cada rama industrial existen límites mínimos determinados, observa Marx: "Aquí, como en la ciencia de la naturaleza, se confirma la corrección de la ley descubierta por Hegel en su Lógica, según la cual cambios meramente cuantitativos se mutan en un determinado punto en diferencias cualitativas."

Admiremos ahora el alto y noble estilo gracias al cual el señor Dühring atribuye a Marx lo contrario de lo que en realidad ha dicho. Marx dice: el hecho de que una suma de valor no pueda convertirse en capital sino cuando ha alcanzado una dimensión mínima, distinta según las circunstancias, pero determinada en cada caso particular, es una prueba de la corrección de la ley hegeliana. El señor Dühring hace decir a Marx: Como, según la ley hegeliana, la cantidad se muta en cualidad, por eso ocurre qué "un anticipo, cuando alcanza un determinado límite, se convierte... en capital". Precisamente lo contrario.

La costumbre de citar falsamente en "interés de la verdad plena" y los "deberes para con el público ajeno a las ataduras del gremio profesional" se nos ha presentado ya en el proceso del señor Dühring contra Darwin. Esa costumbre va manifestándose cada vez más como necesidad interna de la filosofía de la realidad, y es desde luego un procedimiento muy "sumario". Por no fijarnos ya en que el señor Dühring atribuye además a Marx el hablar de un "anticipo" cualquiera, mientras que en realidad se trata sólo del preciso anticipo que puede hacerse en materias primas, medios de trabajo y salario, y sin fijarnos tampoco en que con ello el señor Dühring consigue hacer decir a Marx puros sinsentidos. Y luego tiene la cara dura de encontrar cómico el sinsentido fabricado por él mismo. Del mismo modo que se fabricó un Darwin de la fantasía para demostrar y probar su fuerza con él, así tenemos aquí un Marx fantástico que es, efectivamente, un "dibujo histórico de gran estilo".

Hemos visto ya antes, a propósito del esquematismo universal, que con esta línea nodal hegeliana de relaciones dimensionales en la que, en un determinado punto de alteraciones cuantitativas, se produce repentinamente un cambio cualitativo, el señor Dühring ha tenido la pequeña desgracia de que en un momento de debilidad la ha reconocido y aplicado él mismo. Dimos allí uno de los ejemplos más conocidos, el de la transformación de los estados de agregación del agua, que a presión normal y hacia los 0º C pasa del fluido al sólido, y hacia los 100º C pasa del líquido al gaseoso, es decir, que en esos dos puntos de flexión la alteración meramente cuantitativa de la temperatura produce un estado cualitativamente alterado del agua.

Habríamos podido aducir en apoyo de esa ley cientos más de hechos tomados de la naturaleza y de la sociedad humana. Así por ejemplo, toda la cuarta sección de El Capital de Marx —producción de la plusvalía relativa en el terreno de la cooperación, división del trabajo y manufactura, maquinaria y gran industria— trata de innumerables casos en los cuales la alteración cuantitativa modifica la cualidad de las cosas de que se trata, con lo que, por usar la expresión tan odiosa para el señor Dühring, la cantidad se muta en cualidad, y a la inversa. Así, por ejemplo, el hecho de que la cooperación de muchos, la fusión de muchas fuerzas en una fuerza total, engendra, para decirlo con las palabras de Marx, una "nueva potencia de fuerza" esencialmente diversa de la suma de sus fuerzas individuales.

A mayor abundamiento, en el mismo lugar convertido en su contrario por el señor Dühring en interés de la verdad plena, Marx había hecho la siguiente observación: "En esa ley se basa la teoría molecular utilizada en la química moderna y desarrollada científicamente por vez primera por Laurent y Gerhardt." Pero ¿qué importaba esto al señor Dühring? Él sabía muy bien que

mientras que en el señor Dühring subyacen a toda afirmación —y del modo que hemos visto— "las afirmaciones capitales del saber exacto en la mecánica, la física y la química", etc. Pero para que también los terceros puedan decidir, vamos a considerar algo más detalladamente el ejemplo aducido en la nota de Marx.

Se trata en ella de las series homólogas de enlaces carbónicos, muchos de los cuales se conocen ya y cada uno de los cuales tiene su propia fórmula algebraica de composición. Si, como es corriente en química, representamos un átomo de carbono por C, un átomo de hidrógeno por H, un átomo de oxígeno por O, y el número de átomos de carbono contenidos en cada combinación por n, podemos expresar del modo siguiente las fórmulas moleculares de algunas de esas series:

Si tomamos como ejemplo la última de estas series y ponemos sucesivamente n = 1, n = 2, n = 3, etc., conseguimos los siguientes resultados (ignorando los isómeros):

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