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José Carlos Mariátegui
SU NUEVO PLANTEAMIENTO
SUMARIA REVISION HISTORICA*
Todas las tesis sobre el problema indígena, que ignoran o eluden a éste como problema económico-social, son otros tantos estériles ejercicios teoréticos -y a veces sólo verbales-, condenados a un absoluto descrédito. No las salva a algunas su buena fe. Prácticamente, todas no han servido sino para ocultar o desfigurar la realidad del problema. La crítica socialista lo descubre y esclarece, porque busca sus causas en la economía del país y no en su mecanismo administrativo, jurídico o eclesiástico, ni en su dualidad o pluralidad de razas, ni en sus condiciones culturales y morales. La cuestión indígena arranca de nuestra economía. Tiene sus raíces en el régimen de propiedad de la tierra. Cualquier intento de resolverla con medidas de administración o policía, con métodos de enseñanza o con obras de vialidad, constituye un trabajo superficial o adjetivo, mientras subsista la feudalidad de los "gamonales" (1).
El "gamonalismo" invalida inevitablemente toda ley u ordenanza de protección indígena. El hacendado, el latifundista, es un señor feudal. Contra su autoridad, sufragada por el ambiente y el hábito, es impotente la ley escrita. El trabajo gratuito está prohibido por la ley y, sin embargo, el trabajo gratuito, y aun el trabajo forzado, sobreviven en el latifundio. El juez, el subprefecto, el comisario, el maestro, el recaudador, están enfeudados a la gran propiedad. La ley no puede prevalecer contra los gamonales. El funcionario que se obstinase en imponerla, sería abandonado y sacrificado por el poder central, cerca del cual son siempre omnipotentes las influencias del gamonalismo, que actúan directamente o a través del parlamento, por una y otra vía con la misma eficacia.
El nuevo examen del problema indígena, por esto, se preocupa mucho menos de los lineamientos de una legislación tutelar que de las consecuencias del régimen de propiedad agraria. El estudio del Dr. José A. Encinas (Contribución a una legislación tutelar indígena) inicia en 1918 esta tendencia, que de entonces a hoy no ha cesado de acentuarse (2). Pero, por el carácter mismo de su trabajo, el Dr. Encinas no podía formular en él un programa económico-social. Sus proposiciones, dirigidas a la tutela de la propiedad indígena, tenían que limitarse a este objetivo jurídico. Esbozando las bases del Home Stead indígena, el Dr. Encinas recomienda la distribución de tierras del Estado y de la Iglesia. No menciona absolutamente la expropiación de los gamonales latifundistas. Pero su tesis se distingue por una reiterada acusación de los efectos del latifundismo, que sale inapelablemente condenado de esta requisitoria (3), que en cierto modo preludia la actual crítica económico-social de la cuestión del indio.
Esta crítica repudia y descalifica las diversas tesis que consideran la cuestión con uno u otro de los siguientes criterios unilaterales y exclusivos: administrativo, jurídico, étnico, moral, educacional, eclesiástico.
La derrota más antigua y evidente es, sin duda, la de los que reducen la protección de los indígenas a un asunto de ordinaria administración. Desde los tiempos de la legislación colonial española, las ordenanzas sabias y prolijas, elaboradas después de concienzudas encuestas, se revelan totalmente infructuosas. La fecundidad de la República, desde las jornadas de la Independencia, en decretos, leyes y providencias encaminadas a amparar a los indios contra la exacción y el abuso, no es de las menos considerables. El gamonal de hoy, como el "encomendero" de ayer, tiene sin embargo muy poco que temer de la teoría administrativa. Sabe que la práctica es distinta.
El carácter individualista de la legislación de la República ha favorecido, incuestionablemente, la absorción de la propiedad indígena por el latifundismo. La situación del indio, a este respecto, estaba contemplada con mayor realismo por la legislación española. Pero la reforma jurídica no tiene más valor práctico que la reforma administrativa, frente a un feudalismo intacto en su estructura económica. La apropiación de la mayor parte de la propiedad comunal e individual indígena está ya cumplida. La experiencia de todos los países que han salido de su evo feudal, nos demuestra, por otra parte, que sin la disolución del feudo no ha podido funcionar, en ninguna parte, un derecho liberal.
La suposición de que el problema indígena es un problema étnico, se nutre del más envejecido repertorio de ideas imperialistas. El concepto de las razas inferiores sirvió al Occidente blanco para su obra de expansión y conquista. Esperar la emancipación indígena de un activo cruzamiento de la raza aborigen con inmigrantes blancos es una ingenuidad antisociológica, concebible sólo en la mente rudimentaria de un importador de carneros merinos. Los pueblos asiáticos, a los cuales no es inferior en un ápice el pueblo indio, han asimilado admirablemente la cultura occidental, en lo que tiene de más dinámico y creador, sin transfusiones de sangre europea. La degeneración del indio peruano es una barata invención de los leguleyos de la mesa feudal.
La tendencia a considerar el problema indígena como un problema moral, encarna una concepción liberal, humanitaria, ochocentista, iluminista, que en el orden político de Occidente anima y motiva las "ligas de los Derechos del Hombre". Las conferencias y sociedades antiesclavistas, que en Europa han denunciado más o menos infructuosamente los crímenes de los colonizadores, nacen de esta tendencia, que ha confiado siempre con exceso en sus llamamientos al sentido moral de la civilización. González Prada no se encontraba exento de su esperanza cuando escribía que la "condición del indígena puede mejorar de dos maneras: o el corazón de los opresores se conduele al extremo de reconocer el derecho de los oprimidos,o el ánimo de los oprimidos adquiere la virilidad suficiente para escarmentar a los opresores" (4). La Asociación Pro-Indígena (1909-1917) representó, ante todo, la misma esperanza, aunque su verdadera eficacia estuviera en los fines concretos e inmediatos de defensa del indio que le asignaron sus directores, orientación que debe mucho, seguramente, al idealismo práctico, característicamente sajón, de Dora Mayer (5). El experimento está ampliamente cumplido, en el Perú y en el mundo. La prédica humanitaria no ha detenido ni embarazado en Europa el imperialismo ni ha bonificado sus métodos. La lucha contra el imperialismo, no confía ya sino en la solidaridad y en la fuerza de los movimientos de emancipación de las masas coloniales. Este concepto preside en la Europa contemporánea una acción antiimperialista, a la cual se adhieren espíritus liberales como Albert Einstein y Romain Rolland, y que por tanto no puede ser considerada de exclusivo carácter socialista.
En el terreno de la razón y la moral, se situaba hace siglos, con mayor energía, o al menos mayor autoridad, la acción religiosa. Esta cruzada no obtuvo, sin embargo, sino leyes y providencias muy sabiamente inspiradas. La suerte de los indios no varió sustancialmente. González Prada, que como sabemos no consideraba estas cosas con criterio propia o sectariamente socialista, busca la explicación de este fracaso en la entraña económica de la cuestión: "No podía suceder de otro modo: oficialmente se ordenaba la explotación del vencido y se pedía humanidad y justicia a los ejecutores de la explotación; se pretendía que humanamente se cometiera iniquidades o equitativamente se consumaran injusticias. Para extirpar los abusos, habría sido necesario abolir los repartimientos y las mitas, en dos palabras, cambiar todo el régimen Colonial. Sin las faenas del indio americano se habrían vaciado las arcas del tesoro español" (6). Más evidentes posibilidades de éxito que la prédica liberal tenía, con todo, la prédica religiosa. Esta apelaba al exaltado y operante catolicismo español mientras aquélla intentaba hacerse escuchar del exiguo y formal liberalismo criollo.
Pero hoy la esperanza en una solución eclesiástica es indiscutiblemente la más rezagada y antihistórica de todas. Quienes la representan no se preocupan siquiera, como sus distantes -¡tan distantes!- maestros, de obtener una nueva declaración de los derechos del indio, con adecuadas autoridades y ordenanzas, sino de encargar al misionero la función de mediar entre el indio y el gamonal (7). La obra que la Iglesia no pudo realizar en un orden medioeval, cuando su capacidad espiritual e intelectual podía medirse por frailes como el padre de Las Casas, ¿con qué elementos contaría para prosperar ahora? Las misiones adventistas, bajo este aspecto, han ganado la delantera al clero católico, cuyos claustros convocan cada día menor suma de vocaciones de evangelización.
El concepto de que el problema del indio es un problema de educación, no aparece sufragado ni aun por un criterio estricta y autónomamente pedagógico. La pedagogía tiene hoy más en cuenta que nunca los factores sociales y económicos. El pedagogo moderno sabe perfectamente que la educación no es una mera cuestión de escuela y métodos didácticos. El medio económico social condiciona inexorablemente la labor del maestro. El gamonalismo es fundamentalmente adverso a la educación del indio: su subsistencia tiene en el mantenimiento de la ignorancia del indio el mismo interés que en el cultivo de su alcoholismo (8). La escuela moderna -en el supuesto de que, dentro de las circunstancias vigentes, fuera posible multiplicarla en proporción a la población escolar campesina- es incompatible con el latifundio feudal. La mecánica de la servidumbre, anularía totalmente la acción de la escuela, si esta misma, por un milagro inconcebible dentro de la realidad social, consiguiera conservar, en la atmósfera del feudo, su pura misión pedagógica. La más eficiente y grandiosa enseñanza normal no podría operar estos milagros. La escuela y el maestro están irremisiblemente condenados a desnaturalizarse bajo la presión del ambiente feudal, inconciliable con la más elemental concepción progresista o evolucionista de las cosas. Cuando se comprende a medias esta verdad, se descubre la fórmula salvadora en los internados indígenas. Mas la insuficiencia clamorosa de esta fórmula se muestra en toda su evidencia, apenas se reflexiona en el insignificante porcentaje de la población escolar indígena que resulta posible alojar en estas escuelas.
La solución pedagógica, propugnada por muchos con perfecta buena fe, está ya hasta oficialmente descartada. Los educacionistas son, repito, los que menos pueden pensar en independizarla de la realidad económico-social. No existe, pues, en la actualidad, sino como una sugestión vaga e informe, de la que ningún cuerpo y ninguna doctrina se hace responsable.
El nuevo planteamiento consiste en buscar el problema indígena en el problema de la tierra.
La población del Imperio Inkaico, conforme a cálculos prudentes, no era menor de diez millones. Hay quienes la hacen subir a doce y aun a quince millones. La Conquista fue, ante todo, una tremenda carnicería. Los conquistadores españoles, por su escaso número, no podían imponer su dominio sino aterrorizando a la población indígena, en la cual produjeron una impresión supersticiosa las armas y los caballos de los invasores, mirados como seres sobrenaturales. La organización política y económica de la Colonia, que siguió a la Conquista, no puso término al exterminio de la raza indígena. El Virreinato estableció un régimen de brutal explotación. La codicia de los metales preciosos, orientó la actividad económica española hacia la explotación de las minas que, bajo los Inkas, habían sido trabajadas en muy modesta escala, en razón de no tener el oro y la plata sino aplicaciones ornamentales y de ignorar los indios, que componían un pueblo esencialmente agrícola, el empleo del hierro. Establecieron los españoles, para la explotación de las minas y los "obrajes", un sistema abrumador de trabajos forzados y gratuitos, que diezmó la población aborigen. Esta no quedó así reducida sólo a un estado de servidumbre -como habría acontecido si los españoles se hubiesen limitado a la explotación de las tierras conservando el carácter agrario del país- sino, en gran parte, a un estado de esclavitud. No faltaron voces humanitarias y civilizadoras que asumieron ante el Rey de España la defensa de los indios. El padre de Las Casas sobresalió eficazmente en esta defensa. Las Leyes de Indias se inspiraron en propósitos de protección de los indios, reconociendo su organización típica en "comunidades". Pero, prácticamente, los indios continuaron a merced de una feudalidad despiadada que destruyó la sociedad y la economía inkaicas, sin sustituirlas con un orden capaz de organizar progresivamente la producción. La tendencia de los españoles a establecerse en la Costa ahuyentó de esta región a los aborígenes a tal punto que se carecía de brazos para el trabajo. El Virreinato quiso resolver este problema mediante la importación de esclavos negros, gente que resulto adecuada al clima y las fatigas de los valles o llanos cálidos de la Costa, e inaparente, en cambio, para el trabajo de las minas, situadas en la Sierra fría. El esclavo negro reforzó la dominación española que a pesar de la despoblación indígena, se habría sentido de otro modo demográficamente demasiado débil frente al indio, aunque sometido, hostil y enemigo. El negro fue dedicado al servicio doméstico y a los oficios. El blanco se mezcló fácilmente con el negro, produciendo este mestizaje uno de los tipos de población costeña con características de mayor adhesión a lo español y mayor resistencia a lo indígena.
La Revolución de la Independencia no constituyó, como se sabe, un movimiento indígena. La promovieron y usufructuaron los criollos y aun los españoles de las colonias. Pero aprovechó el apoyo de la masa indígena. Y, además, algunos indios ilustrados como Pumacahua, tuvieron en su gestación parte importante. El programa liberal de la Revolución comprendía lógicamente la redención del indio, consecuencia automática de la aplicación de sus postulados igualitarios. Y, así, entre los primeros actos de la República, se contaron varias leyes y decretos favorables a los indios. Se ordenó el reparto de tierras, la abolición de los trabajos gratuitos, etc.; pero no representando la revolución en el Perú el advenimiento de una nueva clase dirigente, todas estas disposiciones quedaron sólo escritas, faltas de gobernantes capaces de actuarlas. La aristocracia latifundista de la Colonia, dueña del poder, conservó intactos sus derechos feudales sobre la tierra y, por consiguiente, sobre el indio. Todas las disposiciones aparentemente enderezadas a protegerlo, no han podido nada contra la feudalidad subsistente hasta hoy.
El Virreinato aparece menos culpable que la República. Al Virreinato le corresponde, originalmente, toda la responsabilidad de la miseria y la depresión de los indios. Pero, en ese tiempo inquisitorial, una gran voz cristiana, la de fray Bartolomé de Las Casas, defendió vibrantemente a los indios contra los métodos brutales de los colonizadores. No ha habido en la República un defensor tan eficaz y tan porfiado de la raza aborigen.
Mientras el Virreinato era un régimen medioeval y extranjero, la República es formalmente un régimen peruano y liberal. Tiene, por consiguiente, la República deberes que no tenía el Virreinato. A la República le tocaba elevar la condición del indio. Y contrariando este deber, la República ha pauperizado al indio, ha agravado su depresión y ha exasperado su miseria. La República ha significado para los indios la ascensión de una nueva clase dominante que se ha apropiado sistemáticamente de sus tierras. En una raza de costumbre y de alma agrarias, como la raza indígena, este despojo ha constituido una causa de disolución material y moral. La tierra ha sido siempre toda la alegría del indio. El indio ha desposado la tierra. Siente que "la vida viene de la tierra" y vuelve a la tierra. Por ende, el indio puede ser indiferente a todo, menos a la posesión de la tierra que sus manos y su aliento labran y fecundan religiosamente. La feudalidad criolla se ha comportado, a este respecto, más ávida y más duramente que la feudalidad española. En general, en el encomendero español había frecuentemente algunos hábitos nobles de señorío. El encomendero criollo tiene todos los defectos del plebeyo y ninguna de las virtudes del hidalgo. La servidumbre del indio, en suma, no ha disminuido bajo la República. Todas las revueltas, todas las tempestades del indio, han sido ahogadas en sangre. A las reivindicaciones desesperadas del indio les ha sido dada siempre una respuesta marcial. El silencio de la puna ha guardado luego el trágico secreto de estas respuestas. La República ha restaurado, en fin, bajo el título de conscripción vial, el régimen de las mitas.
La República, además, es responsable de haber aletargado y debilitado las energías de la raza. La causa de la redención del indio se convirtió bajo la República, en una especulación demagógica de algunos caudillos. Los partidos criollos la inscribieron en su programa. Disminuyeron así en los indios la voluntad de luchar por sus reivindicaciones.
En la Sierra, la región habitada principalmente por los indios, subsiste apenas modificada en sus lineamientos, la más bárbara y omnipotente feudalidad. El dominio de la tierra coloca en manos de los gamonales, la suerte de la raza indígena, caída en un grado extremo de depresión y de ignorancia. Además de la agricultura, trabajada muy primitivamente, la Sierra peruana presenta otra actividad económica: la minería, casi totalmente en manos de dos grandes empresas norteamericanas. En las minas rige el salariado; pero la paga es ínfima, la defensa de la vida del obrero casi nula, la ley de accidentes de trabajo burlada. El sistema del "enganche", que por medio de anticipos falaces esclaviza al obrero, coloca a los indios a merced de estas empresas capitalistas. Es tanta la miseria a que los condena la feudalidad agraria, que los indios encuentran preferible, con todo, la suerte que les ofrecen las minas.
La propagación en el Perú de las ideas socialistas ha traído como consecuencia un fuerte movimiento de reivindicación indígena. La nueva generación peruana siente y sabe que el progreso del Perú será ficticio, o por lo menos no será peruano, mientras no constituya la obra y no signifique el bienestar de la masa peruana que en sus cuatro quintas partes es indígena y campesina. Este mismo movimiento se manifiesta en el arte y en la literatura nacionales en los cuales se nota una creciente revalorización de las formas y asuntos autóctonos, antes depreciados por el predominio de un espíritu y una mentalidad coloniales españolas. La literatura indigenista parece destinada a cumplir la misma función que la literatura "mujikista" en el período pre-revolucionario ruso. Los propios indios empiezan a dar señales de una nueva conciencia. Crece día a día la articulación entre los diversos núcleos indígenas antes incomunicados por las enormes distancias. Inició esta vinculación, la reunión periódica de congresos indígenas, patrocinada por el Gobierno, pero como el carácter de sus reivindicaciones se hizo pronto revolucionario, fue desnaturalizada luego con la exclusión de los elementos avanzados y la leva de representaciones apócrifas. La corriente indigenista presiona ya la acción oficial. Por primera vez el Gobierno se ha visto obligado a aceptar y proclamar puntos de vista indigenistas, dictando algunas medidas que no tocan los intereses del gamonalismo y que resultan por esto ineficaces. Por primera vez también el problema indígena, escamoteado antes por la retórica de las clases dirigentes, es planteado en sus términos sociales y económicos, identificándosele ante todo con el problema de la tierra. Cada día se impone, con más evidencia, la convicción de que este problema no puede encontrar su solución en una fórmula humanitaria. No puede ser la consecuencia de un movimiento filantrópico. Los patronatos de caciques y de rábulas son una befa. Las ligas del tipo de la extinguida Asociación Pro-Indígena son una voz que clama en el desierto. La Asociación Pro-Indígena no llegó en su tiempo a convertirse en un movimiento. Su acción se redujo gradualmente a la acción generosa, abnegada, nobilísima, personal de Pedro S. Zulen y Dora Mayer. Como experimento, el de la Asociación Pro-Indígena sirvió para contrastar, para medir, la insensibilidad moral de una generación y de una época.
La solución del problema del indio tiene que ser una solución social. Sus realizadores deben ser los propios indios. Este concepto conduce a ver en la reunión de los congresos indígenas un hecho histórico. Los congresos indígenas, desvirtuados en los últimos años por el burocratismo, no representaban todavía un programa; pero sus primeras reuniones señalaron una ruta comunicando a los indios de las diversas regiones. A los indios les falta vinculación nacional. Sus protestas han sido siempre regionales. Esto ha contribuido, en gran parte, a su abatimiento. Un pueblo de cuatro millones de hombres, consciente de su número, no desespera nunca de su porvenir. Los mismos cuatro millones de hombres, mientras no sean sino una masa inorgánica, una muchedumbre dispersa, son incapaces de decidir su rumbo histórico.
NOTAS:
1. En el prólogo de Tempestad en los Andes de Valcárcel,
vehemente y beligerante evangelio indigenista, he explicado así mi
punto de vista:
"La fe en el resurgimiento indígena no proviene de un proceso
de 'occidentalización' material de la tierra quechua. No es la civilización,
no es el alfabeto del blanco, lo que levanta el alma del indio. Es el mito,
es la idea de la revolución socialista. La esperanza indígena
es absolutamente revolucionaria. El mismo mito, la misma idea, son agentes
decisivos del despertar de otros viejos pueblos, de otras viejas razas en
colapso: hindúes, chinos, etc. La historia universal tiende hoy como
nunca a regirse por el mismo cuadrante. ¿Por qué ha de ser el
pueblo inkaico, que construyó el más desarrollado y armónico
sistema comunista, el único insensible a la emoción mundial?
La consanguinidad del movimiento indigenista con las corrientes revolucionarias
mundiales es demasiado evidente para que precise documentarla. Yo he dicho
ya que he llegado al entendimiento y a la valorización justa de lo
indígena por la vía del socialismo. El caso de Valcárcel
demuestra lo exacto de mi experiencia personal. Hombre de diversa formación
intelectual, influido por sus gustos tradicionalistas, orientado por distinto
género de sugestiones y estudios, Valcárcel resuelve políticamente
su indigenismo en socialismo. En este libro nos dice, entre otras cosas,
que 'el proletariado indígena espera su Lenin'. No sería diferente
el lenguaje de un marxista.
La reivindicación indígena carece de concreción histórica
mientras se mantiene en un plano filosófico o cultural. Para adquirirla
-esto es para adquirir realidad, corporeidad- necesita convertirse en reivindicación
económica y política. El socialismo nos ha enseñado
a plantear el problema indígena en nuevos términos. Hemos
dejado de considerarlo abstractamente como problema étnico o moral
para reconocerlo concretamente como problema social, económico y
político. Y entonces lo hemos sentido, por primera vez, esclarecido
y demarcado.
Los que no han roto todavía el cerco de su educación liberal
burguesa y, colocándose en una posición abstractista y literaria,
se entretienen en barajar los aspectos raciales del problema, olvidan que
la política y, por tanto la economía, lo dominan fundamentalmente.
Emplean un lenguaje seudoidealista para escamotear la realidad disimulándola
bajo sus atributos y consecuencias. Oponen a la dialéctica revolucionaria
un confuso galimatías crítico, conforme al cual la solución
del problema indígena no puede partir de una reforma o hecho político
porque a los efectos inmediatos de éste escaparía una compleja
multitud de costumbres y vicios que sólo pueden transformarse a través
de una evolución lenta y normal.
La historia, afortunadamente, resuelve todas las dudas y desvanece todos
los equívocos. La Conquista fue un hecho político. Interrumpió
bruscamente el proceso autónomo de la nación quechua, pero
no implicó una repentina sustitución de las leyes y costumbres
de los nativos por las de los conquistadores. Sin embargo, ese hecho político
abrió, en todos los órdenes de cosas, así espirituales
como materiales, un nuevo período. El cambio de régimen bastó
para mudar desde sus cimientos la vida del pueblo quechua. La Independencia
fue otro hecho político. Tampoco correspondió a una radical
transformación de la estructura económica y social del Perú;
pero inauguró, no obstante, otro período de nuestra historia,
y si no mejoró prácticamente la condición del indígena,
por no haber tocado casi la infraestructura económica colonial, cambió
su situación jurídica, y franqueó el camino de su emancipación
política y social. Si la República no siguió este camino,
la responsabilidad de la omisión corresponde exclusivamente a la
clase que usufructuó la obra de los libertadores tan rica potencialmente
en valores y principios creadores.
El problema indígena no admite ya la mistificación a que perpetuamente
lo ha sometido una turba de abogados y literatos, consciente o inconscientemente
mancomunados con los intereses de la casta latifundista. La miseria moral
y material de la raza indígena aparece demasiado netamente como una
simple consecuencia del régimen económico y social que sobre
ella pesa desde hace siglos. Este régimen sucesor de la feudalidad
colonial, es el gamonalismo. Bajo su imperio, no se puede hablar seriamente
de redención del indio.
El término 'gamonalismo' no designa sólo una categoría
social y económica: la de los latifundistas o grandes propietarios
agrarios. Designa todo un fenómeno. El gamonalismo no está
representado sólo por los gamonales propiamente dichos. Comprende
una larga jerarquía de funcionarios, intermediarios, agentes, parásitos,
etc. El indio alfabeto se transforma en un explotador de su propia raza
porque se pone al servicio del gamonalismo. El factor central del fenómeno
es la hegemonía de la gran propiedad semifeudal en la política
y el mecanismo del Estado. Por consiguiente, es sobre este factor sobre
el que se debe actuar si se quiere atacar en su raíz un mal del cual
algunos se empeñan en no contemplar sino las expresiones episódicas
o subsidiarias.
Esa liquidación del gamonalismo, o de la feudalidad, podía
haber sido realizada por la República dentro de los principios liberales
y capitalistas. Pero por las razones que llevo ya señaladas estos
principios no han dirigido efectiva y plenamente nuestro proceso histórico.
Saboteados por la propia clase encargada de aplicarlos, durante más
de un siglo han sido impotentes para redimir al indio de una servidumbre
que constituía un hecho absolutamente solidario con el de la feudalidad.
No es el caso de esperar que hoy, que estos principios están en crisis
en el mundo, adquieran repentinamente en el Perú una insólita
vitalidad creadora.
El pensamiento revolucionario, y aun el reformista, no puede ser ya liberal
sino socialista. El socialismo aparece en nuestra historia no por una razón
de azar, de imita-ción o de moda, como espíritus superficiales
suponen, sino como una fatalidad histórica. Y sucede que mientras,
de un lado, los que profesamos el socialismo propugnamos lógica y
coherentemente la reorganización del país sobre bases socialistas
y -constatando que el régimen económico y político
que combatimos se ha convertido gradualmente en una fuerza de colonización
del país por los capitalismos imperialistas extranjeros-, proclamamos
que este es un instante de nuestra historia en que no es posible ser efectivamente
nacionalista y revolucionario sin ser socialista; de otro lado no existe
en el Perú, como no ha existido nunca, una burguesía progresista,
con sentido nacional, que se profese liberal y democrática y que
inspire su política en los postulados de su doctrina".
2. González Prada, que ya en uno de sus primeros discursos de agitador
intelectual había dicho que formaban el verdadero Perú los
millones de indios de los valles andinos, en el capítulo "Nuestros
indios" incluido en la última edición de Horas de
Lucha, tiene juicios que lo señalan como el precursor de una
nueva conciencia social: "Nada cambia más pronto ni más
radicalmente la psicología del hombre que la propiedad: al sacudir
la esclavitud del vientre, crece en cien palmos. Con sólo adquirir
algo el individuo asciende algunos peldaños en la escala social,
porque las clases se reducen a grupos clasificados por el monto de la riqueza.
A la inversa del globo aerostático, sube más el que más
pesa. Al que diga: la escuela, respóndasele: la escuela y el pan.
La cuestión del indio, más que pedagógica, es económica,
es social".
3. "Sostener la condición económica del indio -escribe
Encinas- es el mejor modo de elevar su condición social. Su fuerza
económica se encuentra en la tierra, allí se encuentra toda
su actividad. Retirarlo de la tierra es variar, profunda y peligrosamente,
ancestrales tendencias de la raza. No hay como el trabajo de la tierra para
mejorar sus condiciones económicas. En ninguna otra parte, ni en
ninguna otra forma puede encontrar mayor fuente de riqueza como en la tierra"
(Contribución a una legislación tutelar indigena, p.
39). Encinas, en otra parte, dice: "Las instituciones jurídicas
relativas a la propiedad tienen su origen en las necesidades económicas.
Nuestro Código Civil no está en armonía con los principios
económicos, porque es individualista en lo que se refiere a la propiedad.
La ilimitación del derecho de propiedad ha creado el latifundio con
detrimento de la propiedad indígena. La propiedad del suelo improductivo
ha creado la enfeudación de la raza y su miseria" (p. 13).
4. González Prada, Horas de Lucha, 2ª edición,
"Nuestros indios".
5. Dora Mayer de Zulen resume así el carácter del experimento
Pro-Indígena: "En fría concreción de datos prácticos,
la Asociación Pro-Indígena significa para los historiadores
lo que Mariátegui supone un experimento de rescate de la atrasada
y esclavizada Raza Indígena por medio de un cuerpo protector extraño
a ella, que gratuitamente y por vías legales ha procurado servirle
como abogado en sus reclamos ante los Poderes del Estado". Pero, como
aparece en el mismo interesante balance de la Pro-Indigena, Dora Mayer piensa
que esta asociación trabajó, sobre todo, por la formación
de un sentido de responsabilidad. "Dormida estaba -anota- a los
cien años de la emancipación republicana del Perú,
la conciencia de los gobernantes, la conciencia de los gamonales, la conciencia
del clero, la conciencia del público ilustrado y semiilustrado, respecto
a sus obligaciones para con la población que no sólo merecía
un filantrópico rescate de vejámenes inhumanos, sino a la
cual el patriotismo peruano debía un resarcimiento de honor nacional,
porque la Raza Incaica había descendido a escarnio de propios y extraños".
El mejor resultado de la Pro-Indígena resulta sin embargo, según
el leal testimonio de Dora Mayer, su influencia en el despertar indígena.
"Lo que era deseable que sucediera, estaba sucediendo; que los indígenas
mismos, saliendo de la tutela de las clases ajenas concibieran los medios
de su reivindicación".
6. Obra citada.
7. "Sólo el misionero -escribe el señor José León
y Bueno, uno de los líderes de la 'Acción Social de la Juventud'-
puede redimir y restituir al indio. Siendo el intermedia-rio incansable
entre el gamonal y el colono, entre el latifundista y el comunero, evitando
las arbitrariedades del Gobernador que obedece sobre todo al interés
político del cacique criollo; explicando con sencillez la lección
objetiva de la naturaleza e interpretando la vida en su fatalidad y en su
libertad; condenando el desborde sensual de las muchedumbres en las fiestas;
segando la incontinencia en sus mismas fuentes y revelando a la raza su
misión excelsa, puede devolver al Perú su unidad, su dignidad
y su fuerza" (Boletín de la A. S. J., Mayo de 1928).
8. Es demasiado sabido que la producción -y también el contrabando-
de aguardiente de caña, constituye uno de los más lucrativos
negocios de los hacendados de la Sierra. Aun los de la Costa, explotan en
cierta escala este filón. El alcoholismo del peón y del colono
resulta indispensable a la prosperidad de nuestra gran propiedad agrícola.
* Esta "Sumaria revisión histórica" fue escrita
por J.C.M. a pedido de la Agencia Tass de Nueva York, traducida y
publicada en la revista The Nation (Vol. 128. 16 enero de 1929, con
el título "The New Peru"). Reproducida en Labor
(Año I, Nº 1, 1928) con el título "Sobre el problema
indígena. Sumaria revisión histórica", fue precedida
por una Nota de Redacción, escrita por el autor, en la que señala
que estos apuntes "complementan en cierta forma el capítulo
sobre el problema del indio de Siete ensayos de interpretación
la realidad peruana". Por este motivo los hemos agregado al presente
ensayo (Nota de los Editores).