CAMPOS DE CONCENTRACIÓN

Así definió a las cárceles bonaerenses un integrante de un oficialista colectivo para la memoria. Es cierto que son eso, y la antesala del infierno, y pasaje al  cementerio. No en vano señalamos a fin del año pasado que estar preso es la primera causa de muerte a manos del estado.

 

Gracias a las políticas de exclusión -que este gobierno mantiene a rajatabla-, ser pobre es casi sinónimo de delincuente. El pobre tiene destino de cárcel, y estar preso es sinónimo de ser excluido de la condición humana. A los "decentes" de esta sociedad no les importa un bledo lo que pueda ocurrir en esos depósitos de pobres que son los penales, donde sobrevivir es un milagro porque la muerte está incentivada desde el propio estado.

 

Que no se horroricen ahora por el desprecio por la vida humana que quedó evidenciado en la cárcel de Magdalena quedó. Que no vengan a envalentonarse y a deslindar responsabilidades. Que no vengan a comparar lo ocurrido con Magdalena con Cromagnon. El Servicio Penitenciario (de todos lados, incluido el bonaerense) promueve las rivalidades, las disputas, las peleas a muerte detrás de las rejas. Los Servicios Penitenciarios fomentan los motines para pedir más presupuesto y para eliminar a la población carcelaria, con la anuencia y aquiescencia del poder político.

 

Es debidamente adrede el hacinamiento, la provocación en días especialmente caros para los sentimientos de los presos, las condiciones de detención. El fuego es normal instrumento de protesta y a nadie, ni a los que como Felipillo Solá ponen cara de "cómo lamento esta tragedia", les importa modificar el status quo que les permite mantener dominada una población carcelaria que se ha incrementado a la enésima potencia al calor de las políticas de mano dura.

 

¡Que se pudran en la cárcel! se escucha decir a tanto tilingo de clase media. Que es lo mismo que decir que se mueran en la cárcel.

 

Fueron 33 los que murieron en Magdalena. Pabellón de conducta, de autodisciplina, y en una de las cárceles "modelo". "Elementos recuperables" en el argot de los gabinetes criminalísticos o de los patronatos de liberados. Pero a la hora de la primera llamarada, a clausurar las puertas y dejar que se quemen vivos, o asfixiados como muerte más benigna.

 

La política de vindicta aplicada contra los pobres cobró 33 vidas más. Hace apenas semanas tres reclusas de Los Hornos habían muerto ahogadas por el humo de sus colchones de poliuretano.

 

¿Cuántos de esos 33 pibes detenidos en el pabellón 16 hubieran estado en libertad si no fuera por el manodurismo? ¿Por qué al viudo Carrascosa, al Padrecito Grassi o a tanto policía procesado por gatillo fácil y tortura no se los ve en las cárceles de la provincia?

 

No son muertes "que se podían evitar". Son muertes que se fomentan. Son muertes a propósito, intencionales, dolosas. Cerraron las puertas, no había extinguidores ni llamaron a los bomberos. Lo que quieren, los Solá, los Di Rocco, los Rotundo -hoy kirchneristas pero que ayer funcionales al ruckaufismo alentaban la negación de la excarcelación y las políticas de restricción a la libertad ambulatoria- es que las cárceles sean el albergue natural para los desposeidos y que se aplique la pena de muerte sumarísima.